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EL ENSAYO COMO CUERPO

  • jimenacherrywriter
  • 15 sept 2024
  • 3 Min. de lectura



«Peace on earth.

Will you die for me?

Eat me.

This way.

The end.»

Jim Morrisson, The Doors, “Angels and Sailors”


No, ya, basta de definir al ensayo. El ensayo es, el ensayo no es, qué hastío. Basta de decir si el ensayo abarca de México Tenochtitlán al Congo y de regreso. Basta de decir que no abarca nada o que lo abarca todo. ¿Luego qué? ¿Qué hago con él? ¿Me lo como o sólo es para ver? Basta de hablar del ensayo en metáfora pedantísima. El ensayo es un caracol nocturno en un rectángulo de agua. Claro, sí.

Si me tapo cada ojo con una mano y pienso en ensayo vienen a mí todas las turas del mundo. Nuestra única verdad posible tiene que ser la invención, es decir, escritura, escultura, pintura, cultura, todas turas. También, valor, santidad, sociedad, belleza, amor; puras turas sin el tura, pero, a fin de cuentas, tura de turas. ¿Qué es lo único presente en todas las turas que no se ha dicho que es ensayo? Cuerpo. ¿Qué es lo único que sí digiero? Cuerpo. No sé qué es un caracol nocturno, no sé qué es un rectángulo de agua, ni qué soy yo sin él. Pero sin cuerpo no hay tura, ni soy, ni invento.


El ensayo es un cuerpo de esos que se tocan y se comen crudos, al desnudo. Es ajeno, por supuesto. “Sólo me interesa lo que no es mío, yo es otro, ley del hombre, ley del antropófago” (1). Esta no es definición, es concepto práctico. El ensayo es todos los cuerpos: huesudo, gordo, agujerado, roto, pintado, oloroso, rasposo, mordido, baba, queja, sed, cambio político, quietud, Hacademia, pez, gato, perro, hombre, lombriz, mujer, yo, tu, él, José, tu prima. El ensayo se pavonea como cualquier otro cuerpo que vemos al cruzar la calle, como un recuerdo de las muchas formas en las que hemos querido hacer objeto nuestros deseos de compenetración; el vértigo que genera un cuerpo ajeno, pero cuánto deseamos poseerlo y entenderlo.


El espíritu naturalmente se rehúsa a concebir conocimiento sin cuerpo. “Apresados o limitados a la materialidad corpórea, temeremos tanto como deseemos una ficción extrema que nos permita jugar con la idea de impregnarnos del otro y con el otro” (76). Si dijera que un ensayo tiene la facultad de volvernos caníbales, a muchos produciría náusea, ¡persígnate, persígnate! El canibalismo es aberración y hay que fingir que nunca hemos querido devorar por completo a alguien. Estamos cimentados sobre el Dios devorado. Partió el pan y a sus discípulos les dijo “Tomad y comed todos de él; porque esto es el cuerpo de mi cuerpo”. Y para comerse este cuerpo no hay que ocultarse ni cerrar los ojos, hay que imaginarlo y devorarlo, y mucha vida eterna y paz y amor y tura. Lo que caracteriza al ensayo es lo mismo que caracteriza al canibalismo, que se queda entre la náusea y la religión. Lo rico y tentador del ensayo es ese descaro, ese limbo, ese sass, dices tú, que le da ser tan contradictorio y mental como un deseo por un cuerpo.


Para entrar en el ensayo hay que comérselo completo, a mordiscos lentos, comer un día hasta hartarse, meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo al otro día para desayunar. Hay que invitarle unos shots de tequila, hacerle la plática, decirle: “A ver, di 3 canciones de Mötley Crüe”, molestarlo, teasearlo y luego atascarse a besos —sí, de lengua y todo— para después decirle “muy rico y todo PERO…” y cuestionarlo, intervenirlo, partirlo en pedacitos y armar un mutante feo al que alguien también le diga “muy rico y todo PERO…” y ciclo sin fin. El ensayo es un jugueteo de cuerpos, uno siniestro y carnal, Al final, ¿qué hago con él? O te sacias comiéndotelo, así, ambiguo, o te mueres y ya.





De Andrade, Oswald. “Manifiesto antopófago”. Revista de Antropofagia, Año 1, #1, 1928. p.1

Padilla, Ignacio. El legado de los monstruos. Tratado sobre el miedo y lo terrible. Taurus. 2013, pp. 76-77

 
 
 

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